Marta Aranyó cambió de vida a los cincuenta años y pasó de trabajar como asalariada en la industria a tener su propio negocio dedicado a la pintura; su pasión.
Los grandes cambios no son fáciles a determinadas alturas de la vida. Pero, a veces, vale la pena arriesgarse para conseguir hacer realidad sueños como el de Tinta i Vi.
Marta había pasado toda su vida trabajando como delineante proyectista y se encargaba de la prevención de una empresa. Así, todo el dibujo que ponía en práctica eran planos de lo más técnicos.
Con cincuenta años, llegó un momento en el que tuvo que decidir qué hacer. Se dedicaba a la pintura como afición y tenía muchos amigos en las bodegas, así que había algo que le rondaba por la cabeza... Pero lo que realmente hizo que se decidiera fue un recuerdo de infancia.
“Mi madre reñía a mi padre cuando le caía una gota de vino en el mantel”, explica Marta, “y pensé, ¡pruébalo!”. Dicho y hecho. Comprobó la capacidad del vino para tintar y cómo la pintura que conseguía no desaparecía y perduraba. Así, decidió que aquella idea podía funcionar y se tiró a la piscina creando su propio negocio.
Una forma diferente de acercarse a la cultura del vino
Ahora, desde su estudio de Sant Esteve de Sesrovires, en El Baix Llobregat, Marta ya hace diez años que pinta con vino. “Ha tenido mucho éxito”, se enorgullece. Y va por toda Cataluña impartiendo talleres. “Pude dedicarme profesionalmente a mi afición”.
Obtuvo la certificación con Biosphere porque Marta, pese a tener un negocio pequeño, quería hacerlo todo de la mejor manera posible. Así, de entrada, Tinta i Vi pone su granito de arena para colaborar en la difusión de la cultura vitivinícola, un patrimonio muy arraigado al territorio.
En el ámbito ambiental, antes de salir a pintar los viñedos, sensibiliza a los participantes para que sean respetuosos con el entorno en lo máximo posible.
Y cuando llegan al taller, todos los materiales que emplean están separados para poderlos reciclar correctamente. Además, cuando pintan con vino, no lo desperdician. Tampoco cuando lo hacen con aceite virgen de oliva, ya que es un recurso que proviene del desecho del molino y no se puede vender.
Estas pequeñas acciones han sido impulsadas por la certificación. Sobre todo, porque su renovación le permite tomar perspectiva de la evolución positiva en sostenibilidad. Tal y como asegura Marta: “cuando te pones a ello, te das cuenta de todo lo que has hecho durante el año, como las mejoras en los consumos de luz y agua; ves los resultados”.
En definitiva, Biosphere resulta de gran ayuda para cerciorarse del punto de gestión responsable en el que se encuentra el negocio. “Es una forma de ayudarte a ver lo que has hecho”. Un proceso que María tiene claro que recomendaría a todas las empresas. “Si nosotros no cuidamos lo que es nuestro, ¿quién lo hará?”.